16/05/2024

nada personal, solo información

Manolo Saiz, «el hombre que revolucionó el ciclismo»

No te has olvidado tus patines, ¿verdad?”, pregunta al recogerla en la guardería. Ella sonríe la ocurrencia de su abuelo Manolo. Cómo se le van a olvidar. Con lo que le gusta patinar. Es su mejor momento del día. “Pues claro, abuelo, ¡cómo no!”, responde divertida. Manolo sonríe. Recogerla también es el mejor momento del día para él, aunque no se lo diga.

Abuelo, ¿te pasa algo?”, pregunta de repente. El rictus de su abuelo es algo arqueado. Se refleja en una frente donde los pliegues recogen ya muchos recuerdos. A pesar de los años, ya llegada la sesentena, su abuelo aún mantiene con orgullo el mismo peinado que el que tiene en sus fotos de joven, aunque totalmente blanquecino. Jimena escruta. Su abuelo está raro, como distante, por mucho que se empeñe en disimular. Sigue dándole vueltas a la reunión de ayer. A la buenas palabras que, aunque puedan sonar bien, suelen terminar en eso. En palabras.

Manolo lleva levantado desde las ocho, como cada día. Su mañana ha sido como muchas otras. Escuchar un poco la radio y ponerse al día con lo último sobre preparación física. Pasan los años, todo cambia, pero nunca olvidará los consejos de uno de sus mentores, Jose Luis Algarra. Él le explicó la importancia de la preparación física. Tanto, que se acabó haciendo preparador de ciclistas profesionales. Luego dirigió la selección nacional junior y, entonces, recibió la proposición que cambiaría su vida, para siempre.

Miguel Durán, el Director General de la ONCE, le ofreció dirigir un equipo profesional de ciclismo con ese nombre, en 1989. Desde cero. Junto a Pablo Antón, comenzó a reclutar corredores y auxiliares, para hacerse un hueco en el pelotón nacional. Manolo apostó fuerte y, un año después, fichó a Marino Lejarreta. En 1991, llegó su primer triunfo sonado, conquistando la Vuelta a España con Melcior Mauri. Manolo era ambicioso, a pesar de estar en la treintena, demostraba un carácter fuerte cada vez que chocaba con un obstáculo. Un día, se encaró con el organizador de la Copa del Mundo. No quería invitar a su equipo a la disputa de la crono por equipos. “Dime porqué debería invitar un equipo español desconocido”, le retó. Aquel año, finalizaron segundos.

Manolo estaba gestando un equipo donde, aunque nunca comulgó con la expresión, su sentido de “la revolución” le llevó a probar con materiales nuevos, a desarrollar largas concentraciones con su equipo. A dotar a sus corredores de un sentido de la preparación física extremo. Minucioso. A apostar por estrategias de carrera directas. Con abanicos que hiciesen añicos el pelotón. Con hombres enfrente del pelotón desde un inicio. Sin excusas. La recompensa, se la daban por generaciones: Melcior Mauri, Bruynell, Olano, Erik Breukink, Marino Lejarreta, David Etxebarria… y sus hombres marca de la casa: Alex Zulle y Laurent Jalabert.

A Zulle, se lo encontró en una carrera menor. El Tour de Vaucluse, en Francia. Allí, en 1990 ganó Miguel Indurain a Markus Zberg pero, en tercera posición, un desconocido chico de aire despistado y dotado de gafas tan redondas como de excesiva graduación finalizó tercero. Manolo le siguió la pista. Ese mismo año, el suizo ganó la Vuelta a Bizkaia amateur de manera brillante. No reparó un segundo en contar con sus servicios. Desde su primer año en el equipo, Alex le demostró que era un líder, un ganador. Tanto que, años después, consiguió poner contra las cuerdas al mismísimo Indurain en aquel Tour del 95.

Meses después, otro de sus hombres clave, Laurent Jalabert, ganaba de manera incontestable la Vuelta a España. Pero, llegar hasta donde llegó el galo, se gestó mucho antes. En un hospital francés. Tras una tremenda caída en el Tour de 1994 en una llegada masiva donde un policía, al tratar de sacar una foto tiró a varios sprinters, entre ellos al corredor de la ONCE. Manolo habló con Laurent. “Vamos a hacerte un ‘cambio de imagen’, le dijo. El francés, con la boca reconstruida, pensó que era una broma, pero Manolo, iba en serio. Trabajaron para reducirle musculatura. Rebajar la talla de un sprinter hasta crear un hombre afinado. Tras varios test determinaron que sería temido en puertos de hasta 2000 metros de altura, donde instalaron su límite. Su resistencia, la determinarían etapas de hasta 200 kilómetros. Mutaron la fisiología de un hombre rápido hasta transformarle en ganador de una gran Vuelta. Aunque, quizás, una de sus espinas clavadas fue no haberse podido hacer con los servicios de Miguel Indurain. A pesar de que negociaron, nunca se llegó a un acuerdo, pero si se forjó un respeto que aún perdura.

Manolo se estaba convirtiendo en un Director especial. Intuía de antemano. Descubría grandes corredores y explotaba su potencial. Llegó a la ONCE con 30 años, siendo incluso más joven que muchos de sus corredores. Y a todos les quiso como un hermano. Creó ganadores de grandes Vueltas. Apoyo segundos espadas como David Etxebarría o Mikel Zarrabeitia, pero a todos les dijo lo mismo: “Si ganáis es gracias a mis ´joyas de la corona´», bramaba señalando a tres tipos de aspecto rudo: Herminio Díaz Zabala, Modesto Leanizbarrutia y Neils Stephens. Hombres recios. Gregarios de cara curtida y piernas tan musculadas como enredadas en venas. Para él, la imagen del hombre de equipo era tan vital o más que aquel que levantaba los brazos.

Sin embargo, años más tarde, en 2003, tras más de una década, terminaría la andadura de la ONCE. Le siguió otro proyecto propio: El Liberty. Otra generación de corredores como Alberto Contador o Luis León. Ellos conocieron un Manolo más maduro, que les trató como un padre. Siempre dispuesto a darles un consejo que orientara su carrera, que les preparara para la vida.

Pero Manolo era un hombre inquieto. Incapaz de conformarse con seguir las riendas del ciclismo sólo desde un volante. Le gustaba innovar tanto en la carretera como fuera de ella. Tanto que fue elegido Presidente de la Asociación de Grupos Deportivos de todo el Mundo. Siempre dispuesto a pegarse con la UCI por velar por los derechos de los equipos. Por un Código Ético, por un Convenio justo. Su logro más importante llegó durante la disputa de una carrera en Assen. Allí, Hein Verbruggen, Presidente de la UCI en aquel momento, le pasó un documento que aún guarda. “Manolo, te va a gustar esto, estamos trabajando en lo tuyo, el UCI Pro Tour”, le dijo. Manolo siempre había apostado por un circuito en el que sólo compitiesen los mejores equipos del Mundo, que debían ser Europeos. Fuera de Europa, las carreras serían sólo de exhibición, para evitar que hubiera más de 200 días de competición al año. A Manolo se le escuchaba.

Pero su trayectoria tuvo un aparatoso final. En 2006, durante la disputa del Tour de Romandía, en la que su nueva estrella Alberto Contador perdía el liderato en la última crono, le obligaron a dejar el volante. Como un frenazo en seco. La “Operación Puerto”, una actuación policial realizada para frenar una red de dopaje en España, había desvelado su nombre.

De pronto, su palabra, su trayectoria, dejó de valer. Manolo fue apartado del ciclismo. Se sintió injustamente tratado. Aún a día de hoy le cuesta hablar con claridad de todo aquello. Contar toda la verdad. Porque siente que, tanto el Gobierno español de la época, como los poderes mandatarios del ciclismo o los organizadores de las carreras le apartaron de todo lo que amaba. Peor aún. Los equipos por los que tanto trabajó en favor de sus derechos también le dieron la espalda. Sus ciclistas, en cambio, nunca le apartaron la mirada. Ni siquiera Carlos Sastre, a pesar de lo mucho que discutieron siempre. De que uno siempre viese blanco cuando el otro veía negro.

Hoy, 13 años después de su última carrera como Director deportivo, es ajeno a la nostalgia. Mira al pasado sólo con orgullo, y como lanzadera de un nuevo presente. Asume que nunca podrá entrenar a un equipo profesional que no sea el suyo propio. A pesar de que surgieron nuevos equipos, reconoce que, desde la UCI, siempre se presionó para que nunca se sentara en un coche de un equipo profesional. Llegó a estar muy cerca de uno de los de Katusha, pero, se impidió que así fuera.

Fueron años de dolor, de dejar de ver carreras. De perderse los Tour de Contador, hasta recalificarse, primero, como espectador y, después, con pequeños proyectos, como el recientemente desaparecido Aldro, de categoría amateur. Sabe que, para volver, necesita un proyecto ideado por él. Un sponsor que le crea. Que le deje hacer como ocurrió con la ONCE. La reunión de ayer, le pudo saber a más de lo mismo. Pero no se desanima. Sabe que tiene detractores, pero también gente que le apoya. Y, sobre todo, cuenta con la mirada de su nieta, de Jimena. Ella no le juzga. Y no le ha mentido. Lleva los patines en la mochila. Al lado, junto al bocadillo, ella siempre deja un huequito. Dice que ahí van los sueños de su abuelo Manolo, el hombre que revolucionó el ciclismo.

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