La gusanera de la libertad

Hace muchos años, un filósofo anunció la muerte de Dios, la muerte de un orden universal, de un orden moral; el rechazo a valores absolutos. Es cierto. El dios que los legisladores crearon a imagen y semejanza suya para poner en su boca leyes que controlaran a los pueblos, ha muerto. Ese dios era la verdad, la verdad de los legisladores. Y tanto han jugado los legisladores con la verdad durante siglos, que han acabado matándola.

¿Qué es la verdad? Dice la definición elemental que la verdad es la coincidencia entre una afirmación y los hechos. Por ejemplo, una caravana de coches llenos de gente pidiendo libertad impidió ayer el paso de una ambulancia que llevaba a un enfermo grave que, a causa del retraso, llegó al hospital en estado de coma. Esto es un hecho. Los de los coches pedían una libertad que sí tenían para pedirla. La no intervención de la policía les dio, además, la libertad de impedir que otra persona tuviera la libertad de llegar a tiempo a un hospital. Los de los coches pedían libertad proclamando que carecían de ella. Según la definición de verdad, la falta de libertad que proclamaban no coincidía con los hechos, luego no era verdad. El hecho de que impidieran el paso de la ambulancia, que con luces y sonido indicaba urgencia, sí coincide con el juicio de que quienes bloqueaban la ambulancia pedían libertad solo para ellos mismos negando la libertad a los demás.
Ese ejemplo aislado coincide con otro que afectó a millones de españoles. Durante los años que gobernó, Francisco Franco obligaba a proclamar que España era libre. Ni del concepto abstracto de España ni del concreto de los españoles podía predicarse que fueran libres según la definición de la verdad. Porque una definición elemental de la libertad, en una de sus acepciones dice: Estado o condición de la persona que es libre, que no está en la cárcel ni sometida a la voluntad de otro, ni está constreñida por una obligación, deber, disciplina, etc. Durante el gobierno de Francisco Franco, los españoles tenían la obligación y el deber de ser adeptos a su régimen bajo amenaza de muerte o de cárcel. España, los españoles, eran libres solo de entregar su libertad al régimen de Francisco Franco. Esto es un hecho que los que ayer se manifestaban en los coches niegan. Al negarlo, faltan a la verdad.

Pero ya quedamos en que la verdad ha muerto. Hace años que vivimos en la era de la post verdad, nos dicen. ¿Y eso que es? Es que parece que la mayoría ya no cree en los hechos, y como ya no cree en los hechos, le da igual lo que vea o lo que le digan; cree en lo que quiere creer. ¿Y qué quiere creer la mayoría? Lo que apele a sus sentimientos y a sus emociones. Otro sencillo ejemplo. La presidenta de la comunidad de Madrid, que con sus actos y sus palabras demuestra cada día un desconocimiento o un desprecio absoluto de los hechos que conciernen a su trabajo, ofrece una fiesta de clausura de un hospital de campaña a la que asisten alegremente médicos y enfermeras que sí sabían que en esa fiesta violaban las normas de confinamiento, por lo que podían infectarse e infectar a otras personas con el Covid 19. O sea, que esos médicos y enfermeras no tuvieron en cuenta para nada lo que les dictaba la razón y siguieron impulsos irracionales para complacer a la presidenta de su comunidad, aun poniendo en riesgo su salud y sus vidas y la salud y las vidas de otras personas. O sea, de irracionales. Ese ejemplo de irracionalidad aterra cuando uno cae en la cuenta de que los irracionales votan.

Las consecuencias biológicas que tiene la muerte del cuerpo pueden aplicarse metafóricamente a la muerte de conceptos como dios, la verdad, la libertad. Así como las moscas acuden al olor de un cadáver y depositan sus larvas y sus larvas se convierten en gusanos que van devorando la carne muerta, las mayorías, obnubiladas por las secreciones de sus glándulas, acuden al cadáver de un dios muerto, al cadáver de la verdad, mientras Dios, el Creador con mayúsculas, el Dios de la verdad, contempla a esas criaturas pulular como gusanos tragando los conceptos putrefactos con que los populistas las atraen. Los populistas predican mentiras que la razón ya no es capaz de desmentir. Los populistas prometen lo que la razón ya no puede distinguir como incumplible. Porque la razón también agoniza. Porque la mayoría también va a pasos agigantados hacia la post razón. Las emociones que provocan lo que aparece en las pantallas de móviles, televisores y tabletas hacen que las glándulas segreguen sustancias placenteras y esas sustancias provocan adicción. La propaganda, dirigida a excitar las glándulas, ha conseguido ahogar la razón de la mayoría con esas sustancias. La mayoría ya no razona los hechos. La mayoría se emociona, siente, y esas sensaciones la arrastran a seguir a populistas trastornados que excitan; a huir de líderes que aburren diciendo las cosas como son y cómo pueden solucionarse los problemas. Esa mayoría con la razón atrofiada, vota, cuando le toca votar, con lo único que tiene sano; con las glándulas.

Así han conseguido los populistas el gobierno en varios países de Europa y de América. Así consiguieron los populistas gobernar en Andalucía, en Murcia, en Castilla y León, en Madrid. Así esperan los populistas llegar a gobernar a España; con una propaganda que excite y una prensa dócil que se encargue de divulgarla para arrastrar a la mayoría.

Se trata de una mayoría dividida entre tres partidos populistas; una mayoría tan irracional que ya ni siquiera se plantea que votar por uno es igual que votar por los tres porque los tres se pondrán siempre de acuerdo para gobernar por hacerse con dinero y poder. Pero es que a esa mayoría no le importa el hecho de que, una vez poderosos, los populistas maten también a la libertad, a la libertad de todos que no sea la de ellos y la de los suyos, como en los ejemplos de Franco, de la ambulancia, de la fiesta de la presidenta. Sobre el cadáver de la libertad, la gusanera podrá seguir refocilándose en sus emociones y proclamándose libre con el mismo entusiasmo con que se proclamaban libres arrastrando las cadenas de Franco, de la Iglesia, del ejército y de la policía franquistas.

¿Podemos, los racionales, albergar racionalmente la esperanza de que aparezca una mayoría racional que entienda el peligro de la abstención y de un fraccionamiento irracional del voto? La razón no está reñida ni con la esperanza ni con el optimismo, máxime cuando la socialdemocracia, garante de valores que aún no han muerto, ha ganado las últimas cinco elecciones, aunque en minoría.

Scroll al inicio