Javier Soler-Espiauba: «Educación contra propaganda»

«Yo no soy ni muy político ni de exhibir la bandera habitualmente, pero que algo que ha sido tradicional y que a nadie molestaba se prohíba y que  precisamente eso sea la bandera, me parece mal …»

Hace pocos días he conocido dos anécdotas que en si mismas no tienen la menor importancia aunque si dan pistas del comportamiento confuso y sectarismo invisible asumido.

La primera de ellas tuvo lugar en un colegio, digamos que en Burgos, en el que es habitual la realización de talleres, lo que antes se llamaban seminarios y ahora se recurre para  titularlos   a la denominación obrerista por contagio de la izquierda y asunción de su vocabulario un tanto zarrapastroso. Una de sus charlas la protagonizó un señor cercano a la derecha y dijo sus propuestas con acierto, elegancia y sin asomo de adoctrinamiento. Nadie quien le hubiera oído podría tener la seguridad de lo que votó en las últimas elecciones. Los jóvenes que le escucharon quedaron encantados y con la sensación de haber aprendido. Sabían que no les habían querido lavar el cerebro. Digo esto último porque en esos talleres les suelen sacudir con artillería pesada de  ideas woke, el thriller climático, ideología de género en vena, buenísimo barato y toda suerte de elementos del adoctrinamiento progre-palurdo imperante. Que sano es informar y enseñar sin querer violentar a los jóvenes con la plantilla de la agenda 20/30.

 Y vamos con la segunda. Como profesor me dolió por innecesaria y malintencionada. Y por simbólica.

Todos los años el curso de un colegio, pongamos que de Asturias,  que quiere hacer su Viaje de Fin de Curso se suelen ayudar para financiarlo encargando para venderla y sacar unos eurillos una prenda deportiva que lleva impresa la promoción y demás elementos identificativos entre los que se encontraba una pequeñísima banderita española. Gran pecado. La dirección del colegio les ha pedido a través de un consejo amenazante, empalagoso hasta el vicio y sobre todo contra el sentir muy mayoritario de esos jóvenes: que no figure la modesta enseña nacional. Fuera la bandera española. O fuera España.

Uno de esos jóvenes le dijo al colega que me lo contó: «Yo no soy ni muy político ni de exhibir la bandera habitualmente, pero que algo que ha sido tradicional y que a nadie molestaba se prohíba y que  precisamente eso sea la bandera, me parece mal y me deja un mal sabor de boca . Me da pena que sea el último recuerdo que me quede del Colegio».

Se están utilizando las aulas para inocular una religión  ajena a las ideas y valores de los padres de los alumnos. Esos padres que  dejan a sus hijos al cuidado de instituciones que hace pocos años tenían el mismo código de principios que los suyos y que ahora sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, esto último no es seguro, han cambiado  para hacerse telepredicadores de la Agenda California. Es dificil encajarlo. Y no es inocuo.

Lo peor de todo es que quienes escriben este cuento gótico no son precisamente personas leídas ni especialmente preparadas, no. Suelen ser gentes cuya última lectura se remonta al BUPPertenecen a un tipo de burócratas servidores del poder, del nuevo poder «progresista»,  que adoptan una suerte de pensamiento único de manera agresiva aunque no violenta pero no por ello menos perturbadora. No saben de casi nada ni de historia ni de literatura ni del avance científico-tecnológico ni de filosofía ni de política… pero se ponen en primer tiempo de saludo para ser el martillo que grabe en las cabezas de los jovenes el mensaje político, ese sí, político, del que se han hecho guerrilleros. Blanditos, pero guerrilleros.

Los chavales necesitan educación no propaganda. Conocimientos no soflamas.  Es muy triste. Y provocará una reacción que sorprenderá a quienes así actúan. Lo veremos. Pronto.

Autor: Javier Soler-Espiauba Gallo / Profesor de Educación Física.

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