Aurelio Fernández Diz (Capitán de Navío): «Del Principio de la Vida y algo más»

«En el cielo que nos espera, en eterno presente, habrá sublimes moradas para todos los hombres y mujeres de buena voluntad»

Al escribir este artículo debo advertir que he procurado hacerlo respetando cualquier forma de fe o cualquier forma de agnosticismo. Para ser justo, debo de aclarar también que creo en la existencia de un Dios infinitamente misericordioso, que vive a nuestro lado, que nos cuida, que nos mima, que no recuerda nuestros pecados para castigarnos, ni que tampoco nos castiga cuando nos descuidamos. Cuando nos acerquemos al final de nuestros días, en paz con nuestra conciencia, será para nosotros suficiente imitar al Papa Benedicto XVI cuando, en el mismo trance, proclamó: “Señor, te amo” para que inmediatamente podamos percibir el paternal abrazo del Dios en el que creo.

Según el conocimiento que nos proporciona la ciencia moderna sabemos que el género humano, con el Universo entero, nació como resultado de la evolución de una nube primigenia de polvo de estrellas. A esta nube, hoy transformada en tierra de nuestro planeta, iremos regresando después de una corta vida. Pero, a pesar de esta extrema brevedad de nuestra existencia, estamos a punto de comprender cuál ha sido el origen del Universo en el que habitamos y cuál será su más probable final cuando se cumplan millones y millones de años. Es decir, el inerte polvo de estrellas con el que hemos sido constituidos ha llegado, en nosotros, a comprenderse a sí mismo, gracias a la inteligencia y a la capacidad de reflexión que el género humano ha conseguido desarrollar desde su mismo origen.

Que las piedras lleguen a comprenderse a sí mismas, solo con el paso de los años, aunque sea de millones, es algo tan insólito que solo puede ser consecuencia de la voluntad de un poder supremo que claramente haya querido, o esté queriendo aún, que ello suceda. 
El Principio de la Vida, motivo principal de este articulo y origen de nuestra propia existencia es el instrumento elegido por nuestro Creador para compartir con nosotros su sabiduría, de una manera tan especial como generosa. Los demás seres vivos que acompañan nuestro tránsito por el planeta Tierra tienen una inteligencia instintiva, siempre la misma. La nuestra es una inteligencia reflexiva que puede ir en aumento, según nuestra voluntad de saber.

Para que el Principio de la Vida pueda superar nuestra propia brevedad todos los seres vivos hemos sido dotados de la capacidad de reproducirnos. Absolutamente todos los animales y vegetales tienen la capacidad de hacerlo, siguiendo estrictos procedimientos orientados, de una forma llamativa, a hacer más perfecta su respectiva especie, proceso que hemos dado en llamar evolución. Hay muchas especies que han llegado hasta nosotros perfectamente evolucionadas y otras, en cambio, han desaparecido por no haber podido o sabido adaptarse a las muchas veces extremadamente duras condiciones exigidas por la vida en nuestro planeta.
Es muy llamativo también que el Principio de la Vida nos obligue a todos. Desde los más insignificantes virus, en el límite entre lo vivo y lo material, hasta los más complicados seres vivientes, todos tienen una clara voluntad de reproducirse, de multiplicarse todo lo posible. Todas las especies han desarrollado técnicas especiales para hacerlo, más y mejor, y también para conservar su vida, y la de sus descendientes, ante sus declarados depredadores.

Para que la especie humana, especie privilegiada, pueda ver garantizada su continuidad en el tiempo, dentro de nuestro propio planeta, ha sido dotada de un procedimiento llamativo de reproducción. El procedimiento se basa en un sentimiento especial que surge de manera espontánea entre el hombre y la mujer que han de reproducirse, el amor, que les permite su mutua e incondicional entrega. Para el varón, la belleza de la mujer es probablemente una de las más importantes cualidades que tendrá en cuenta para elegir la mujer de su vida sin que de ningún modo desdeñe su inteligencia. La mujer, en cambio, elegirá probablemente al hombre que le parezca más inteligente, pero sin dejar de tener en cuenta tampoco sus cualidades físicas.

Cuando, en esta mutua aproximación, él ve en los ojos de ella muchas más estrellas que las que caben en el firmamento y ella ve en los ojos de él toda la profundidad del mar, algo que no es nada fácil, ambos enamorados perciben en su interior un irrefrenable impulso para abrazarse. Durante ese abrazo, el mundo deja de existir para ambos mientras un sentimiento de felicidad les invade completamente. El resultado normal de una unión de esta naturaleza será la concepción, y posterior nacimiento, de un bebé, que será, con el tiempo, más bello y sobre todo más inteligente que los padres que lo han concebido.

Cuando el comportamiento de los seres humanos se aleja de los mandatos del Principio de la Vida, éste no los juzgará ni condenará. Simplemente se alejará, mirando para otro lado. Según determina la ciencia estadística, es muy probable que puedan existir otros universos y otros seres, incluso mucho más inteligentes que nosotros, pero están tan lejos y son tan inasequibles que, a nuestros efectos, podemos considerarnos solos mientras nos manifestamos afortunados y agradecidos por nuestra propia existencia habitando un minúsculo cuerpo celeste, maravilloso, en los mismísimos límites de nuestra galaxia, la Vía Láctea.

Porque este diminuto cuerpo celeste, en términos cósmicos, llamado planeta Tierra, es tan bello y hermoso que bien podemos considerarlo un anticipo del futuro paraíso, probablemente en otra dimensión, para que quepamos todos en él, y que nos espera al final de nuestra vida. Porque para soportar la eternidad el genero humano necesita que el verdadero paraíso sea como nuestra Tierra. En esta línea, podemos recordar el testimonio de una ancianita, ya de muchos años, a la que alguien anunció su más que probable pronta partida hacia al cielo. Anuncio al que ella respondió, no sin cierta tristeza, que estaba preparada para aceptar su destino pero que lo mejor para ella sería continuar viviendo en su humilde casita en la que ya era la mujer más feliz del mundo. Vivir eternamente de otra manera no tenía para ella, ni para nosotros en su lugar, sentido alguno. Para ser eternamente felices no necesitamos más paraíso que aquel en el que fueron situados originalmente Adán y Eva.

Por este motivo, a mí me parece que, llegado el momento, el Señor del cielo, todo gratuidad, tomará de la mano a la noble ancianita y le hará saber que su premio por haber sido tan buena y generosa con su prójimo consistirá precisamente en vivir para siempre en una casita igual que la suya, pero siempre ordenada y limpia, con su mismo jardín y sus mismas flores, todo ello sin necesidad de trabajo alguno. Porque, en el cielo que nos espera, en eterno presente, habrá sublimes moradas para todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Se sabe que Marte fue en el pasado prácticamente igual a la Tierra, con atmósfera respirable y océanos de agua. Pero, por razones aun no bien conocidas, Marte perdió su actividad volcánica, se apagó en su interior, perdió su magnetismo y quedó a merced de los inmisericordes rayos de nuestro Sol. El resultado fue el Marte que hoy conocemos, a través de magnificas fotografías, sin mar ni atmósfera respirable y, por tanto, un desierto sin la vida que pudo haber existido en este planeta en tiempo pasado. Afortunadamente para nosotros, la actividad volcánica en nuestro planeta, y sus auroras boreales, son claras señales que nos inducen a pensar el Principio de la Vida no ha fracasado, al menos de momento, en nuestro planeta.

Al margen del paraíso tranquilo y feliz en el que habitamos tenemos que constatar, con no poca preocupación, que nuestro exterior es un hervidero inhabitable de materia y energía, originado por la cósmica interacción de fuerzas universales como pueden ser la fuerza de la gravedad, la fuerza electromagnética o la fuerza nuclear.   Bajo la incontenible interacción de estas importantes fuerzas, se formó el Sol y todos los planetas que están bajo su influencia dentro del sistema solar. El Sol, según confirman los científicos, está a la mitad de su vida y que, por tanto, le quedan unos 5000 millones de años más después de los cuales se transformará en una estrella gigante roja, que terminará abrasando todo el sistema solar para, a continuación, volver a comprimirse para convertirse en una fría enana blanca. Tal como va todo, no podemos ni imaginar qué habrá sido de la Humanidad después de tantos años. Cualquier eternidad tendremos que vivirla en otra dimensión porque en el Universo actual no vemos estabilidad por ninguna parte.

Y, para terminar, y por su trascendencia ante la necesaria estabilidad del Principio de la Vida, debemos de referirnos a los llamados agujeros negros algo que nos ayudará a comprender mejor la realidad del Universo al que pertenecemos. Estos agujeros negros, de los que hoy tanto se habla, son una realidad tan palpable como la fotografía que se podido realizar de uno de ellos a 25.000 años luz en el centro de nuestra galaxia Vía Láctea, en su constelación de Sagitario, un agujero negro que, al aparecer, tiene un tamaño aproximadamente igual a nuestro sistema solar.

Los agujeros negros tienen la importantísima misión de mantener unidos a todos los cuerpos celestes que componen la galaxia a la que pertenecen. Las galaxias se mantienen unidas por la formidable gravedad que generan sus agujeros negros. A mí, como simple aficionado a los temas astronómicos, me gusta imaginármelos como un nuevo y hasta ahora desconocido, estado de la materia. Los agujeros negros serían así como inmensos agregados de masa pura, sin espacio alguno entre partículas, al contrario de lo que sucede en lo que habitualmente conocemos como materia, algo que podemos ver y tocar pero que, en realidad, está casi todo hueco de verdadera materia. Para hacernos una idea podemos aceptar que nuestro Sol en formato agujero negro seria del tamaño de una naranja o, como mucho, como un pequeño balón de futbol pero que podría mantener a su alrededor a todo el sistema solar, pero sin posibilidad de vida alguna en ninguno de los planetas, incluido el nuestro.

Los científicos que estudian los agujeros negros parecen no relacionarlos con lo que ellos mismos llaman materia oscura que representa el 85% de la materia del Universo y que dicen no saber dónde está. Podríamos aceptar que al menos gran parte de esa materia oscura se refugia en los agujeros negros. Casi al lado de la Vía Láctea se encuentra la galaxia Andrómeda, de tamaño considerablemente mayor. Ambas galaxias se están aproximando una a la otra, no por casualidad, o por algún capricho cósmico, sino porque ambas galaxias, y todas las que se encuentran en sus proximidades, se dirigen hacia el mismo punto del Universo atraídas por algo que debe de ser un agujero negro monstruoso que ya ha sido bautizado con el nombre de Gran Atractor. Lo que vaya a suceder como consecuencia de la superposición de todas estas galaxias, y sus respectivos agujeros negros, es de momento impredecible.

El actual Universo se encuentra en fase de expansión y camina hacia convertirse, otra vez, en un inmenso campo de polvo de estrellas cuyas partículas, al principio, estarán separadas unas de otras, distancias siderales. De todo ello podemos colegir que habrán de trascurrir, otra vez, millones de millones de años antes de que pueda originarse un nuevo Big Bang y pueda surgir de nuevo en el firmamento un planeta similar a nuestra Tierra y cuyos habitantes, seguramente tanto o más enigmáticos que nosotros, podrán volver a preguntarse: ¿cuál es nuestro origen? ¿cuál nuestro destino? ¿Para qué estamos aquí?
Ya no será nuestro problema. Nosotros estaremos, en una nueva y más perfecta dimensión, ajenos a todo ello, disfrutando de deliciosos manjares y vinos de solera, como nos anunció hace ya miles de años el gran profeta Isaías. Aunque, según parece de justicia, algo hayamos tenido que poner de nuestra parte para merecer tan magnifico regalo.

Autor: Aurelio Fernández Diz, Capitán de Navío / Asociación Española de Militares Escritores / Imagen: Mar Menor (Región de Murcia).

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