Los herederos de Jaime Botín han cedido al Centro Botín nuevas obras, dando lugar a una sala que reúne 17 obras de su colección
Mañana, viernes 27 de junio, abrirá sus puertas al público en la primera planta del Centro Botín “Punto y contrapunto: maestros del siglo XX en la colección de Jaime Botín”, una exposición que presenta una selección de 17 obras de la colección personal de Jaime Botín, que sus herederos han confiado generosamente al Centro Botín para su exhibición permanente. La muestra reúne a 14 importantes artistas del S. XX con “obras de muy diferentes estilos que, aunque muestran grandes diferencias entre sí, establecen su unidad en un espléndido diálogo visual, donde los contrastes de tonos, texturas y estilos transmiten emociones profundas, lo que, a pesar de sus diferencias estéticas y conceptuales, logra una unidad que conecta con el espectador”, afirma María José Salazar, comisaria de la muestra.
Miembro de la Comisión Asesora de Arte de la Fundación Botín y experta en arte del siglo XX, Salazar trabajó estrechamente con Jaime Botín para comisariar la exposición Retratos: esencia y expresión, que reunió el conjunto de obras que el banquero cedió en 2018, y ha vuelto a encargarse de esta nueva sala en la que se configuran puntos similares de conexión entre las obras, pero también, como en una silenciosa melodía, contrapuntos de artistas y estilos que coexisten en armoniosa concordancia. “Emerge así una serena unidad, pese a que pertenecen a dos momentos relevantes de la historia del arte: el tiempo de las vanguardias y el arte de la posguerra, en los años tras la Segunda Guerra Mundial, en que surgen nuevos modos de representación”, asegura.
Así, la nueva sala permanente incluye creaciones de importantes artistas españoles como Manolo Millares, Pablo Palazuelo y Antoni Tàpies, cercanas a la abstracción, bien sea matérica, expresionista o geométrica; en un contrastado diálogo con el iluminismo de Joaquín Sorolla; el cubismo de María Blanchard y Juan Gris; la pintura poética de Joan Miró; la figuración lírica de Pancho Cossío; el realismo de José Gutiérrez Solana; el noucentisme de Isidre Nonell y el neocubismo de Daniel Vázquez Díaz. Además, estos artistas comparten el espacio con algunos de los artistas internacionales más significativos del S. XX que representan la nueva figuración, como Francis Bacon; el fovismo, como Henri Matisse; y el expresionismo, como Mark Rothko.
En definitiva, todos los artistas representados han logrado innovar, personalizar y desarrollar un lenguaje identificativo, cada uno con voz propia, existiendo en cada obra una fuerte personalidad estética, armonía y cohesión, lo que evidencia la participación de los artistas, de forma individual, en un proceso colectivo y evolutivo de la historia del arte.
Sobre Jaime Botín y el nuevo conjunto de obras
Jaime Botín Sanz de Sautuola y García de los Ríos (1936-2024) fue miembro de la Junta Rectora de la Fundación Botín desde su creación en 1965, y vicepresidente de su patronato desde que éste se constituyera en 1996. Primero como consejero delegado y posteriormente como presidente de Bankinter, Jaime Botín fue una figura clave en la historia reciente de la banca en España. Pero, además, y por encima de eso, fue un ilustrado: un hombre culto, abierto, adelantado a las ideas de su tiempo; y, sobre todo, una persona con una honestidad intelectual y una mirada crítica y constructiva hacia la realidad que le conferían una visión privilegiada de la misma y un liderazgo natural. Esa mirada y ese espíritu crítico son esenciales para entender la importancia de su aportación a la historia de la Fundación Botín, desde su creación en 1964 hasta su fallecimiento.
Las obras que componen esta sala, cedidas primero por él en 2018 y posteriormente por sus herederos en 2024, son el mejor testigo y la mejor muestra de esa aportación, así como de su compromiso social y filantrópico.
Gracias a esta generosidad, el recorrido por la historia del arte del siglo XX que nos brinda el conjunto presenta a figuras esenciales del arte moderno y contemporáneo trazando un mapa de estilos, sensibilidades y rupturas estéticas a través de destacados artistas nacionales e internacionales. Se exploran en ella lenguajes profundamente personales y, en muchos casos, revolucionarios, confluyendo vanguardia, lirismo, materia y emoción, configurándose así un paisaje plástico diverso, intenso y profundamente humano. Estas creaciones no solo dialogan con su tiempo, sino que siguen interpelando al presente.
Recorrido
Iniciamos este recorrido por orden alfabético con la figura de uno de los grandes pintores del siglo XX, Francis Bacon (Dublín, 1909 – Madrid, 1992), reconocido universalmente por su estilo difícilmente clasificable y perturbador. Bacon desarrolló un lenguaje plástico propio, centrado en la alteración, deformación y mutilación de la figura humana, situada en espacios indefinidos y fondos monocromos que acentúan el dramatismo de la escena. El sufrimiento y el dolor están muy presentes en su pintura, profundamente autobiográfica, como ocurre en Self Portrait with Injured Eye (1972), en la que el artista refleja su dolor tras el suicidio de su amante George Dyer. La figura distorsionada muestra su lucha interna, identidad fragmentada y carácter autodestructivo.
María Blanchard (Santander, 1881 – París, 1932) es la única mujer entre este elenco de grandes creadores. Considerada una de las mejores exponentes del cubismo, militó en este movimiento con personalidad propia: primero en un cubismo colorista, de composiciones descompuestas en bandas coloreadas, y después en un cubismo hermético, en el que diseccionaba objetos en formas complejas. Entre su obra, de extraordinaria plasticidad, destacan especialmente sus naturalezas muertas, como Composición cubista (1916- 1917), donde usa estructuras cerradas, perspectivas múltiples y elementos simbólicos, como la botella. Considerada por Diego Rivera como una de las mejores artistas del París de su época -solo superada por Picasso-, en los años 20 se consolidó como una de las grandes figuras del momento con la práctica de una figuración estructurada, propia y sugerente, mediante la que expresaba sus vivencias internas.
José Victoriano González, más conocido como Juan Gris (Madrid, 1887–1927), fue un pintor de temprana vocación. Hacia 1912 reformuló el lenguaje cubista, haciendo que la composición de la obra organizara el motivo de esta, y no al revés, e introdujo en su trabajo el papier collé —una forma de collage con textos y elementos impresos—. Ya en plena madurez artística pintó su versión del Arlequín (1918), sintetizando las formas y reduciendo la composición con un uso expresivo del color, en diálogo constante con el azul. Antes de morir dejó escritos teóricos sobre su arte, definiendo su obra como una “arquitectura plana y coloreada”.
En una línea más poética se sitúa Pancho Cossío (San Diego de los Baños, Cuba, 1894 – Alicante, 1970), cuya obra se caracteriza por una figuración lírica, con formas depuradas, superficies brillantes y empastadas, una paleta cromática contenida y una rigurosa síntesis formal. Armoniza color, materia y forma, al tiempo que utiliza transparencias y veladuras para crear atmósferas suaves y envolventes. Su obra Retrato de mi madre (1942), donde prima la curva, la atmósfera y lo emocional, nos recuerda que el artista siempre dijo que solo era capaz de hacer un retrato cuando conocía en profundidad al modelo.
A esta mirada se contrapone el enfoque social y sombrío de José Gutiérrez Solana (Madrid, 1886–1945), cuyos retratos eran considerados por el propio Jaime Botín lo mejor de su producción y del arte del momento. Un artista con una personalidad inconfundible cuya obra refleja una visión personal y crítica de la sociedad española. Su particular mundo, denominado “solanesco”, no refleja la España plural de su tiempo, sino solo una parte oscura, marginal y personal de ella. En sus cuadros priman los escenarios vitales más que los personajes, siempre cargados de detalles simbólicos. Un ejemplo de ello es el retrato de su amigo Emeterio, El constructor de caretas (1944), donde las figuras parecen suspendidas en un escenario cargado de objetos que refuerzan la tensión expresiva. Su pintura muestra una clara intención de crítica social, abordando temas como la muerte, la religiosidad o el carnaval con una sensibilidad próxima al expresionismo. Solana canaliza en sus obras su visión introspectiva del mundo. Su trabajo es, en esencia, una crónica intensa, detenida y lúcida de una España oscura y existencial.
Desde una óptica muy distinta, Henri Matisse (Le Cateau-Cambrésis, 1869 – Niza, 1954) sintetiza la tradición del siglo XIX, pero transformándola mediante el uso subjetivo y emocional del color, enfoque que lo sitúa como figura central del fauvismo. Tras su paso por Andalucía, quedó profundamente impresionado por la Alhambra y su simbología decorativa, lo que influyó en su pintura y lo inspiró a incorporar elementos como mantillas, brocados y peinetas en sus obras. Su estilo evolucionó más tarde hacia un trabajo más sereno e íntimo, centrado en la expresión del color y la sensualidad visual. En este sentido, en Femme espagnole (1917) une la influencia del cubismo con un estilo propio, más ligero y sutil, omitiendo narrativa y expresión facial en favor de una pintura silenciosa y serena.
Una visión más cruda y material la aporta Manolo Millares (Las Palmas de Gran Canaria, 1926 – Madrid, 1972), figura clave del informalismo español y cofundador del grupo El Paso, núcleo de la renovación artística española. Autodidacta y comprometido, su trabajo con arpilleras cosidas y pintadas expresa una verdad plástica marcada por la destrucción, la memoria y la violencia. En obras como Cuadro 105 (1960), utiliza la materia como medio para manifestar el dolor existencial, abordando con intensidad temas históricos y sociales. En Neanderthalio 3 (1970) el negro, el blanco y el rojo dominan su paleta, otorgando significados simbólicos a la muerte, la sangre y la cal, desarrollando improntas gestuales y teatrales. Millares fue un artista con un gran compromiso ideológico, lo que se refleja en su trabajo, que es, a la vez, protesta y emoción.Final del formulario
La poesía y la libertad definen la obra y el temperamento creativo de Joan Miró (Barcelona, 1893 – Palma de Mallorca, 1983), cuyo lenguaje plástico se aleja de toda lógica racional en favor de una cosmovisión onírica. Su estilo, aunque próximo al surrealismo, es profundamente personal y lírico. En obras como Femme et oiseau devant la lune (1944), lo figurativo se diluye en lo simbólico. Su arte es una búsqueda de libertad absoluta, expresada mediante una técnica depurada y elementos cargados de energía lírica.
Con una sensibilidad temprana hacia lo marginal, Isidre Nonell (Barcelona, 1872 – 1911) es una figura clave de la generación posterior al modernismo. Figura de medio cuerpo (1907) marca un cambio en su temática; evoluciona hacia una gama más suave y sensual, con predominio de blancos y azules, y abandona los contornos definidos para modelar con color, lo que supone un giro positivo y luminoso que evidencia la influencia del Noucentisme en la cultura catalana del momento.
La abstracción geométrica encuentra en Pablo Palazuelo (Madrid, 1915 – 2007) a uno de sus representantes más rigurosos. Su obra se aleja radicalmente de la figuración y plantea un universo de formas puras, donde confluyen misticismo, matemáticas y construcción. En Orto II (1967- 1969), líneas y planos cromáticos mínimos configuran una búsqueda espiritual a través de la geometría, siempre en diálogo con el pensamiento abstracto, reflejo de un lenguaje único que trasciende la forma.
Desde el ámbito americano, el inconfundible Mark Rothko (Letonia, 1903 – Nueva York, 1970) encarna el expresionismo abstracto. Rothko encuentra en el arte un vehículo de expresión espiritual y emocional, desarrollando una visión mística de él. En 1959, año en el que pinta Untitled (Red and Brown), viaja a Europa y visita el convento de San Marco, en Florencia, donde contempla los frescos de Fra Angélico, lo que repercute en su trabajo y en la idea de que el color transmite igualmente sentimientos religiosos.
Joaquín Sorolla (Valencia, 1863 – Cercedilla, Madrid, 1923) es uno de los grandes maestros de la pintura española. Con una mirada moderna y sensible, hace de la luz un vehículo emocional y estético, configurando un estilo único dentro de la pintura europea del cambio de siglo. Trabaja al aire libre para captar la luz y el dinamismo del entorno, lo que percibimos en Al baño (1908), pintada en El Cabañal de Valencia, que destaca por su sensibilidad luminosa y el uso compositivo de las figuras de los niños; lo mismo que Niña con lazo azul (1908) obra intimista, realmente atractiva, de gran realismo y composición muy equilibrada, obras que refuerzan su maestría en la representación del paisaje y la figura.
Por su parte, Antoni Tàpies (Barcelona, 1923 – 2012), figura clave del informalismo matérico, explora en su pintura la fragilidad del ser humano y su mundo interior. En obras como Forma negra n.º LXXXII (1958) u Ocre-gris cuadrado (1961) ya predomina la textura, que hace que adquieran una tercera dimensión y en las que se evidencia su búsqueda de lo esencial, alejada del esteticismo.
Cierra el conjunto Daniel Vázquez Díaz (Nerva, 1882 – Madrid, 1969), quien representa una síntesis entre tradición e innovación; obras como Mujer de rojo (1931) revelan su dominio del color, la forma y la construcción espacial, y ponen de manifiesto su estilo, caracterizado por una modernidad sobria, sensible, alejada del radicalismo de las vanguardias. Intelectual y lector incansable, contribuyó decisivamente a tender un puente entre la tradición pictórica española y las corrientes contemporáneas europeas. Además, desarrolló una fecunda labor como maestro, ejerciendo una notable influencia sobre las generaciones de artistas que le sucedieron.
En definitiva, este nuevo y ampliado conjunto de obras nos adentra en el particular microcosmos de Jaime Botín, revelando al espectador no solo la riqueza y diversidad del arte del siglo XX, sino también la profunda conexión entre creación artística y experiencia humana. A través de lenguajes personales, cada artista despliega una mirada única que dialoga con su tiempo y sigue interpelando al espectador contemporáneo. En su conjunto, configura un valioso testimonio de las múltiples formas en que el arte ha buscado, a lo largo del siglo, comprender, cuestionar y transformar el mundo.
Fundación Botín
La Fundación Marcelino Botín fue creada en 1964 por Marcelino Botín Sanz de Sautuola y su mujer, Carmen Yllera, para promover el desarrollo social de Cantabria. Hoy, más de cincuenta años después, la Fundación Botín contribuye al desarrollo integral de la sociedad explorando nuevas formas de detectar talento creativo y apostar por él para generar riqueza cultural, social y económica. Actúa en los ámbitos del arte y la cultura, la educación, la ciencia y el desarrollo rural, y apoya a instituciones sociales de Cantabria para llegar a quienes más lo necesitan. La Fundación Botín opera sobre todo en España y especialmente en Cantabria, pero también en Iberoamérica. Su sede principal está en Santander, aunque también cuenta con oficina en Madrid y, desde junio de 2017, con el Centro Botín en Santander, su proyecto más importante. www.fundacionbotin.org